Si bien la Primera Guerra Mundial se desarrolló solamente en algunas regiones
europeas, la crisis económica que se desencadenó luego de su finalización afectó a
todo el planeta. Esta crisis, que cuestionó entre las
dos guerras mundiales la supervivencia del sistema capitalista tal como se
venía planteando hasta ese momento, tuvo su centro en los Estados Unidos y de
allí se extendió al mundo.
Luego de la Primera Guerra, los gobiernos de los diferentes países del mundo
tenían esperanzas en recuperar la prosperidad económica que habían disfrutado
hasta 1914.
Durante los años 1918-1919, parecía que estas expectativas se estaban
cumpliendo, pero en 1920 comienza una crisis que hizo caer precios y
expectativas.
A medida que la prosperidad aumentaba, los empresarios buscaron nuevos negocios
para invertir sus ganancias. Prestaban dinero a Alemania y a otros países e
instalaban sus industrias en el extranjero (entre ellos la Argentina). También
invertían en maquinarias que permitían aumentar la producción. Desde que
advirtieron que tendrían dificultades para vender tanta mercadería, la compra
de acciones en la bolsa se fue transformando en uno de los negocios
especulativos más rentables. Muchas veces, para comprar acciones, los
empresarios pedían créditos a los bancos, y los beneficios que obtenían eran
enormes. A fines de la década, la prosperidad, que antes estaba basada en
el desarrollo industrial, pasó a depender de la especulación.
En 1928, algunos síntomas hacían prever que la economía estaba en peligro. Los ingresos de la población no habían subido tanto como para que el consumo siguiera creciendo. Los almacenes estaban llenos de mercaderías que no podían ser vendidas y muchas fábricas comenzaron a despedir a sus trabajadores. Sin embargo, en la bolsa seguía la fiesta especulativa. Los precios a que se vendían las acciones no reflejaban la situación económica real de las empresas. Aunque el crecimiento de muchas de ellas se había detenido, sus acciones seguían subiendo porque había una gran demanda de los especuladores. Nadie pudo o quiso darse cuenta de la gravedad de la situación. Cuando en octubre de 1929 la Bolsa de Nueva York quebró, la crisis fue inevitable y se extendió al sistema bancario, a la industria, el comercio y al agro estadounidenses. Sus consecuencias se sintieron también en todo el mundo y perduraron hasta la Segunda Guerra Mundial.
En 1928, algunos síntomas hacían prever que la economía estaba en peligro. Los ingresos de la población no habían subido tanto como para que el consumo siguiera creciendo. Los almacenes estaban llenos de mercaderías que no podían ser vendidas y muchas fábricas comenzaron a despedir a sus trabajadores. Sin embargo, en la bolsa seguía la fiesta especulativa. Los precios a que se vendían las acciones no reflejaban la situación económica real de las empresas. Aunque el crecimiento de muchas de ellas se había detenido, sus acciones seguían subiendo porque había una gran demanda de los especuladores. Nadie pudo o quiso darse cuenta de la gravedad de la situación. Cuando en octubre de 1929 la Bolsa de Nueva York quebró, la crisis fue inevitable y se extendió al sistema bancario, a la industria, el comercio y al agro estadounidenses. Sus consecuencias se sintieron también en todo el mundo y perduraron hasta la Segunda Guerra Mundial.
Las conexiones
existentes en la economía internacional, pero sobre todo la dependencia que de
los Estados Unidos tenía la economía europea, hicieron que la Gran Depresión,
se extendiera por todo el mundo.
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